El Hilo de Ariadna Reseña de Libros


Sur le Televisión
Por Pierre Bourdie
Liber, 1996
París.

Reseña de Irving Berlín Villafaña

En Diciembre de 1996 salió a la venta en Francia el libro más reciente del sociólogo Pierre Bordieu, con el título "Sur le televisión" bajo el sello de la editorial Liber. Siendo uno de los intelectuales europeos de mayor influencia en la antropología, sociología, e incluso dentro de los ámbitos de la comunicación de masas, nos hemos permitido hacer una breve reseña de su contenido.

El libro demuestra que la censura es cotidiana en la televisión. Y no se trata sustancialmente de los puntos de vista de los dueños, de los políticos o de los anunciantes, sino de una censura invisible ejercida por ciertas categorías de percepción compartidas como valores legítimos por los actores del campo del periodismo televisivo: los productores, los competidores y las audiencias. Para diferenciarla de la otra censura burda y directa, esta se llama censura estructural.

La televisión, en tanto medio, construye una realidad mediatizada por su técnica, su lenguaje y la lógica de su funcionamiento. Por ejemplo, tiene la presión permanente del tiempo, del costo de las transmisiones, de la naturaleza emotiva e inmediata y espontánea de sus transmisiones, de la necesidad de acciones dramáticas que seduzcan a amplias audiencias, de llenar todos los días sus espacios "al aire", de generar expectación, sensaciones nuevas y nuevas maravillas e impactar emocionalmente a través de los mecanismos más fácilmente conmovedores.

La competencia entre televisoras no ofrece nada nuevo, ni mejora estructuralmente las condiciones de la transmisión, como desearían los críticos al monopolio y los amantes del mercado libre. Al contrario, los demás jugadores se homogenizan dado un proceso circular de circulación de los mensajes. Es decir, que los "otros" accionan o reaccionan con base en las reglas del mismo juego y viven de manera obsesiva pendientes de lo que han hecho o dicho los canales de enfrente para igualarse, superarse bajo los mismos principios. Viven sometidos a las mismas fuentes, los mismos géneros, el mismo mercado de artistas y productores, los mismos anunciantes y hasta a las mismas audiencias. Así, la información es frecuentemente la misma y, a veces sólo cambian los enfoques de imagen o la ubicación de la información en el espacio.

Este mecanismo de regulación es utilizado por cada canal para subrayar sus elementos de identidad. Ser el primero, el más audaz, el más espectacular, etc. Todos los actores del campo periodístico , y particularmente de la televisión, manejan la información para decir al público: no soy igual a este otro; soy mejor haciendo lo mismo.

La competencia, entonces, es la forma invisible de la censura que no tiene un sujeto directo. La selección informativa no depende únicamente de las líneas editoriales de la empresa, sino fundamentalmente, de las reacciones posibles que se generen tanto en los actores colaterales como en las propias audiencias.

El campo periodístico no es un campo autónomo, a diferencia de otros campos de producción cultural como las matemáticas, la poesía, el arte, quienes no necesitan de la legitimación del público, sino del círculo cerrado de especialistas. La televisión, y yo diría que todos los medios en general, están fuertemente sometidos a los condicionamientos del campo económico, del mercado a través de las audiencias.

Las audiencias - yo, nosotros, usted y cada uno de los consumidores de medios- somos actores que legitiman las tendencias de los medios. Por nosotros y, para nosotros, la televisión hace las cosas fáciles, rápidas, se esmera en ser espectacular, el primero, etc. No reflexiona, por falta de tiempo y tampoco profundiza por el riesgo de no gustarle a todos. La recepción de los mensajes no debe ser ningún problema. Y nosotros, la audiencia, somos la instancia con el mayor poder del campo: apagar o encender, es decir, legitimar, aprobar. Nosotros reconocemos el valor de la información; le damos vida o muerte, según el caso..

La disputa por la audiencia entre diversos jugadores, permite que a lo largo de la historia de los medios de comunicación, algunos de ellos puedan acumular una buena cantidad de valores específicos que son utilizados para ordenar, influir, traducirse en posiciones estratégicas dentro del campo y en dinero. Así, todo lo que se dice, o se escribe, se traduce en prestigio o en fortalecimiento del valor del medio; un valor que cobra sentido completo cuando es reconocido por los lectores o audiencias. Actualmente, la televisión ha dejado de ser un actor marginal dentro del campo periodístico antes regido por la prensa escrita como actor dominante. Incluso en países como estados unidos, la agenda informativa se crea y se ventila primero en la televisión y sólo después es acotada, profundizada por los medios. Algo así empieza a suceder en México y otros países de América Latina. En consecuencia, los formatos periodísticos, la prensa en general, empiezan a adaptarse a los nuevos valores derivados de la imagen instantánea sin evitar el conflicto con los medios audiovisuales, como lo demuestra el frecuente análisis desde los medios escritos que deja en mala posición al lenguaje audiovisual.

Este liderazgo televisivo en el campo de los medios, así como el de su influencia derivada de sus amplias audiencias, permite que la televisión tenga el monopolio sobre las técnicas e instrumentos de producción y difusión a gran escala de la información y se convierta en un productor cultural importante sometido a instancias no autónomas como lo son las audiencias. Amplían masivamente cierta construcción del mundo, bajo la mediación técnica de su lenguaje y la supuesta aceptación democrática de todos los miembros de la sociedad. La influencia del campo económico -la rentabilidad comercial, las ventas masivas, etc- imponen serias limitaciones a la televisión y está pervierte a su vez el capital y los actores de campos culturales con mayor autonomía relativa, como la filosofía, la literatura, las ciencias jurídicas, políticas, etc, instaurando relaciones demagógicas con las audiencias. Así, hay numerosos ejemplos que muestran como algunos actores de estos campos que no han logrado reconocimiento o prestigio de sus pares y a partir de las propias lógicas de su funcionamiento, acuden a la legitimidad numérica de la televisión y a su "visibilidad mediática" para adquirir "ilegalmente" cierto prestigio otorgado democráticamente por el pueblo.

Los contenidos esotéricos -es decir, propios de cada campo y sólo reconocibles por quienes han pagado su derecho de entrar y han acumulado un capital y competencias mínimas para leerlos- se ponen en consideración de las audiencias. Los mecanismos de sanción no están dados por la misión, ni por el proyecto ético frente de la información, sino que la sanción la da la gente a través de su votación. Las presiones del comercio, de las audiencias no especializadas entran a otros campos sin pagar el derecho de entrada. Los políticos, los juristas, los escritores, los filósofos de bolsillo, los intelectuales del espectáculo que no han conseguido legitimidad dentro de las reglas de su propio campo recurren a la visibilidad mediática. Los problemas jurídicos, los literarios, los científicos quedan así, en manos de agentes externos de muy diverso capital y sin los conocimientos necesarios para hacer valoraciones justas. Un cierto número de magistrados respetables desde el punto de vista de las reglas de su propio campo, ha intentado servirse de la televisión para cambiar las fuerzas al interior del campo haciendo corto circuito en las dinámicas internas. Ya no son los escritores ni los iguales, los que censuran, otorgan prestigio. Somos las audiencias, los poseedores de la soberanía popular.

La legitimación circular de cada campo, a través de sus actores, sus legitimadores, sus pares, se sustituye por el prestigio de los medios. Los medios incluyen a gente que debería debatir en los campos autónomos para llevar las discusiones y las decisiones a otro nivel, que es el de los medios y las audiencias. ¿Estos podrán votar los valores del arte, la cultura, la ciencia, etc.? ¿Los profanos votarán sobre estas decisiones de los campos autónomos? ¿Las estrategias extracampos son más valiosas que las de los propios campos? ¿Vale igual la consagración mediática de los intelectuales en lugar de las consagraciones legítimas que provienen de sus propias reglas?

La fuerza de la manipulación de los periodistas puede ser a manera de metáfora como el caballo de Troya que consiste en introducirse dentro de los universos autónomos, de productores heterónomos que provienen de fuerzas externas proveyendo una consagración de sus pares. Estos escritores que no son escritores, filósofos que no hacen filosofía buscan el poder de la televisión para tener un poder que dentro del campo específico no tienen. Lograr que un productor de televisión invite a un investigador es una forma de reconocimiento, aunque a lo mejor debiera ser una degradación. El goce de los periodistas por la precipitación de las universidades, los investigadores, solícitos a sus medios, les otorga una legitimidad adicional mientras que aquéllos atentan contra sus propios campos.

No estamos en contra de la colaboración intercampos. Si contra la mezcla perversa que no tiene en cuenta los límites y las reglas claras de cada uno de ellos. Para concurrir respetuosamente en campos diferentes, es necesario construir un espacio para definir lo que se juega, lo que se critica, lo que puede combatirse con conocimiento de causa, sus armas, sus instrumentos científicos, las técnicas, los métodos. Yo no condeno a priori, dice Pierre Bordieu, la colaboración con los periodistas, la radio y la televisión. Pero no desde el punto de vista de los fabricantes televisivos que inclinan la colaboración y suponen cierta sumisión a sus propias condiciones y a condicionamientos destructivos a las reglas del otro campo. Si los campos científicos, políticos, literarios son ajustados a las empresas mediáticas habrá que ver como quedan. Me parece indispensable combatir a los intelectuales heterónomos que son el caballo de troya que están introduciendo el comercio, la economía dentro de su propio campo.

¿Como conciliar esta exigencia de pureza que es inherente a cualquier trabajo intelectual o científico y que conduce al esoterismo con la sociedad democrática que intenta hacerlos accesibles a la mayor cantidad de personas? Yo observo que la televisión produce dos efectos. De una parte, se toma el derecho de entrar dentro de un cierto número de campos, filosofía, ciencias jurídicas y con ello consagrar como sociólogo, escritor, filósofo, etc a gentes que no han pagado su derecho de entrada a partir del punto de vista propio de la profesión. De otra parte, ella tiene contacto con grandes audiencias. Me parece difícil justificar que la extensión de sus audiencias pueda darle derecho de entrar en otros campos. Se me puede objetar que tengo propósitos elitistas, de defender la gran ciencia y la gran cultura y su interacción con el pueblo (un ensayo de interrelación de la televisión es el hablar en nombre del pueblo dado que se cuenta con buenas estadísticas de audiencia, una especie de plebiscito).

En efecto, el autor defiende las condiciones necesarias de la producción y la difusión de las más altas creaciones de la humanidad. Pero la alternativa del elitismo es la demagogia y quienes la defienden mantienen también el derecho de entrada dentro de los campos de la producción. Y creo también que como contraparte debe haber una especie de "derecho de salir" de los actores de un campo. En otros términos, es necesario defender las condiciones de producción que son necesarias para hacerla progresar y al mismo tiempo, es necesario trabajar para generar las condiciones de acceso a lo universal para toda la gente, de poco en poco. Pero es una idea compleja, porque ella se produce dentro de un campo autónomo y por lo tanto la restitución es difícil. Para sortear la dificultad es necesario que los productores que están dentro de una pequeña ciudad tengan buenas condiciones de difusión, con propiedad y con alianzas entre sindicatos, asociaciones y profesores que se encarguen de elevar el nivel de la recepción.

Uno no puede luchar contra la audiencia en nombre de la democracia. Esto parece paradójico pues la gente que defiende el reino de la audiencia pretende decir y hacer creer que no hay nada más democrático (es el argumento favorito de los anunciantes y los publicistas más cínicos, apoyados por ciertos sociólogos que pasan como ensayistas de ideas cortas que identifican la crítica de los sondeos -la audiencia- a la crítica del sufragio universal. Que otorga la libertad de jugar, de vencer en perjuicio de los intelectuales elitistas que consideran esto inaceptable). La audiencia es la sanción del mercado, de la economía, es decir de una legalidad externa y puramente comercial y la sumisión a las estrategias de mercadeo y el equivalente en la cultura que es la demagogia orientada a los sondeos de opinión en materia política. La televisión regida por la audiencia contribuye a hacer pensar que los consumidores son libres y desarticulados de las condiciones del mercado, que nada de la expresión democrática de una opinión colectiva es orientada racionalmente, por una razón pública, como afirman los más cínicos. Las pensamientos críticos y las organizaciones de cambio experimentan los intereses dominantes ocultando las raíces de los problemas y fortaleciendo los mecanismos ya descritos.

Finalmente, el autor de "La fotografía" opina que elevar la conciencia de estos y otros mecanismos puede contribuir a dar un poco más de libertad a las gente manipulada por ellos; tanto en los espacios de los profesionales como de los espectadores, se habrán explicitado situaciones vividas por ambos. En efecto al interior de los periodistas uno puede pensar en las alianzas transperiodísticas que permiten la neutralización de ciertos efectos de la competencia. Si una parte de los efectos maléficos nacen de los efectos estructurales que orientan la competencia, que ellos mismos producen la urgencia, la "extraordinariedad" de lo ordinario que los vuelven peligrosos, también es cierto que la explicitación de los mecanismos de concertación, puede llevar a la neutralización de la competencia (como dentro de situaciones extremas en donde los periodistas actúan como de acuerdo, vetando temas xenófobos, etc, y dando pie a la conciencia de la refutación). Creo que la utopía esta en la conciencia. Pero los determinismos sociológicos se encaminan al pesimismo y sólo añadiría que los mecanismos estructurales que permiten el hacer conscientes las cosas pueden ayudar al control. Dentro del universo caracterizado por el cinismo hay que oponer una moral. Y la moral no es eficaz sino se remueven las estructuras que están debajo de esa moral. Y desde que la inquietud moral aparece, hay que ver que es lo que la soporta, cuales son sus recompensas y estructura. Estas recompensas pueden venir también del público ( a mayor conciencia menor posibilidad de manipulación). (IB.V, 1998.)

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Universidad Autónoma de Yucatán
Mérida, Yucatán, México, 1997