El Hilo de Ariadna Artículos de Fondo


Forma y sentido de la radio pública
Por Felipe López Veneroni
Director de Radio Unam
Octubre, 1997

Los problemas de una falsa dicotomía.

En la última década hemos sido partícipes de transformaciones radicales en buena parte del mundo, que han puesto en tela de juicio varios proyectos y actividades no lucrativas, es decir, aquellos que se definen o definían como de servicio o de interés público. La radiodifusión está entre estos. Me parece que lo que está en juego no es, meramente, un problema de carácter financiero. Que la radio pública (o, para el caso, otros servicios de esta índole) deba ser revisada en cuanto a su estructura operativa y su capacidad para autogenerar recursos es una cosa, pero plantear -como se ha hecho con frecuencia- su transformación radical hacia un modelo distinto, es decir, hacia el modelo comercial es otra.

Lo que trataré de exponer aquí se refiere específicamente al sentido y a lo que -siguiendo a Habermas, podríamos llamar el telos de la radio pública como parte de un proyecto social más amplio, cuya responsabilidad recae no en el gobierno sino en el Estado, precisamente por que la radio pública forma parte de una labor de integración social, orientada a mantener vigente, como principio de desarrollo de un país, el entendimiento de la pluralidad, la tolerancia y el respeto hacia lo otro, lo diferente, en que se funda toda comunidad moderna.

Si al término de la Segunda Guerra Mundial aún los países más fieramente defensores de la libre empresa tuvieron que reconocer que había diversas zonas de la vida social (la educación, la salud, la promoción y extensión de la cultura, etc.) en las que el Estado debía asumir una responsabilidad activa, hoy, al término de la llamada Guerra Fría y con la caída de muros de piedra y cortinas de acero, aún los países más fieramente defensores de la economía centralizada y del estatismo se han retirado de esa posición.

Los excesos del estatismo han quedado relativamente claros: burocratización, ineficiencia, dispendio y en algunos casos estancamiento. Lo que todavía no quedó del todo claro son los efectos de la reconversión a la predominancia del libre mercado, si bien la gran depresión del 29 sigue siendo su fantasma más visible. Pero ya hoy, en algunos países altamente industrializados, como el Reino Unido, tenemos ciertos indicios: la privatización de algunos servicios públicos, como la distribución de agua potable o de la medicina preventiva, coincide con la reaparición (entre los indigentes) de enfermedades que se creían definitivamente superadas, como la disentería y la lepra. Nos enfilamos a un nuevo milenio justo en el punto en que el péndulo está a medio oscilar. Las radios públicas, como los servicios de educación y de salud, se encuentran suspendidos en este movimiento.

Casi desde su inicio, la radio, como los demás medios electrónicos, ha operado en dos ámbitos: el público y el privado (o comercial). La existencia de ambos, que en la mayoría de los países resulta algo común -algunos más orientados hacia un sistema público, otros hacia un sistema predominantemente comercial- ha generado en México una suerte de dicotomía imaginaria, a partir de la cual parecería imposible la convivencia de ambas esferas. Con mutuo recelo, los defensores de uno y otro ámbito suelen presentar la existencia del otro en términos relativamente antitéticos: más que elaborar análisis fundamentados sobre su especificidad y limitaciones, se esgrimen argumentos de descalificación radical.

Para los defensores de la radio comercial, ésta resulta la única forma posible de hacer radio, ya que la autosuficiencia financiera no sólo permite contar con los mejores colaboradores y mantenerse a la vanguardia tecnológica -lo que redunda en mayor público-, sino que también garantiza independencia de criterio y, por tanto, la credibilidad en el discurso. A su vez, el estar en constante competencia con otras emisoras, lleva a la búsqueda por innovar en materia de programación, formatos y originalidad. Desde esta perspectiva, la radio pública se concibe como una iniciativa sin imaginación, más bien rígida, de escaso o nulo público, rara vez a la vanguardia tecnológica y, por lo general, portadora de un discurso lleno de atavismos y ataduras ya que las radios públicas dependen de presupuestos oficiales o institucionales.

Los defensores de la radio pública, en cambio sostienen que el no depender de anunciantes y consorcios mercantiles les permite romper con el cerco ideológico y económico ligado a los criterios comerciales y, por tanto, elaborar una serie de contenidos y un discurso críticos, representativos de intereses genuinamente sociales y comprometidos con la realidad. Su misión no es la de acumular los mayores índices de audiencia, sino descorrer velos ideológicos ofrecer perspectivas clarificadoras de los problemas sociales y de las contradicciones políticas o económicas en las que éstos se sustentan, así como dar salida a las formas de producción artística, particularmente la música, que los modelos de reproducción comercial ignoran. Para lograr esto, se suele señalar, no se requiere de tecnología sofisticada, sino claridad conceptual y capacidad de denuncia; por otra parte, los colaboradores que tendrían esta claridad y esta capacidad no buscan lucrar con ella y les basta con tener ese espacio que sólo la radio pública puede ofrecer.

Al margen de que ambas posiciones puedan tener algo de razón, lo cierto es que el desarrollo histórico de la radio en México - y en el mundo en general- nos muestra un panorama más bien distinto: ni es cierto que sólo las radios comerciales estén a la vanguardia tecnológica, acaparen siempre el mayor público y sean motores de innovación, como tampoco es cierto que sólo las radios públicas sean capaces de esgrimir una programación crítica, de denuncia o culturalmente significativa.

En realidad, tenemos extraordinarios y múltiples ejemplos de radios públicas, como la BBC de Londres, Radio Francia, Radio Netherlands o la Deutsche Welle, que además de gozar de un amplísimo público dentro y fuera de sus respectivos países, han sido paradigmas tanto de experimentación radiofónica, como de desarrollo tecnológico. Claro está que esto se debe en buena medida, al financiamiento del que siempre gozaron estas instituciones (o, cuando menos hasta hace poco), lo que les ha permitido contratar a los mejores productores, locutores, músicos, actores y técnicos. Pero solo en parte. Hay otra serie de factores a los que habremos de referirnos más adelante.

Lo mismo es cierto para las radios comerciales, dentro de las que encontramos varios ejemplos que ofrecen no solo una programación de calidad, sino también formas de reflexión crítica, al tiempo que propositivas. Es el caso, en México por ejemplo, de una estación eminentemente comercial como la XEQ que, bajo la dirección de Ricardo Rocha ha logrado reunir a un notable grupo de comentaristas e intelectuales (Carlos Fuentes, Cristina Pacheco, Carlos Monsivais y Tomás Mojarro), que en mucho recuerda a la radio universitaria de los años sesenta. Finalmente, encontramos estaciones de radio que podrían definirse como híbridas -pienso, por ejemplo, en Opus 94- que aún cuando jurídicamente y estructuralmente responden al modelo de la radio pública, han incursionado exitosamente en formas de financiamiento alternas.

La suposición de que sólo puede ser válido el modelo comercial o la radio de tipo público, implica una limitación de criterio que, llevada a su último extremo, esconde un tinte totalitario, ya que la existencia de un solo tipo de radio no sólo suprimiría la diversidad y la creatividad, sino que acabaría por dar la espalda a la pluralidad propia de las sociedades genuinamente democráticas. Es imposible que un solo modelo de radio sea capaz de atender, o bien de recoger y expresar, todos los intereses, gustos y aspiraciones de una sociedad diversificada. Pretender el monopolio del discurso radial contradice la idea misma de democracia y, con ella, de la comunicación, es decir, del reconocimiento y del respeto al otro.

Si algo nos muestran la otredad y su reconocimiento, vale decir, la tolerancia, es que las batallas por el raiting constituyen un criterio muy engañoso para medir o entender el verdadero alcance de una radio. Ciertamente, los índices de audiencia cumplen una función pragmática: saber si se nos escucha, qué tanto se nos escucha y quien nos escucha, a partir de lo cual se puede orientar o modificar nuestra oferta programática, según el modelo radial en el que estemos operando. Pero dejar que el criterio numérico de público determine el tipo de radio ideal es tan engañoso como suponer que la llamada "onda grupera" es una forma de música superior, por ejemplo, a la de Mario Lavista, por la diferencia de ventas entre una y otro. De la misma manera en que no puede haber radio que monopolice todo el espectro del público radioescucha (repito; aspirar a ello resulta orwelliano), tampoco es sensato que se quiera utilizar el mismo criterio cuantitativo para calificar o descalificar dos modelos distintos de radio.

Forma y sentido de la radio pública.

En realidad, uno de los errores fundamentales en que incurren quienes defienden a ultranza una u otras posiciones, es el de suponer que hay una suerte de inmanencia radiofónica, como si la radio pudiera objetivamente definirse como comercial o como pública. Al dar a estos modelos un valor categórico, como si lo comercial o lo público fueran substancias, dejan de lado un aspecto central: ambas - la radio comercial y la radio pública- son formas particulares del quehacer radiofónico, el cual está sujeto a una serie de condiciones que trascienden la esfera específica de la radio, además de suponer objetivos y contenidos distintos. Dicho de otra manera: las diferencias entre un modo y otro de hacer radio son, por una parte, de carácter estructural ajenas a la radio en sí, es decir, reflejan el grado de desarrollo económico, cultural y político de una sociedad y, por la otra, de carácter conceptual, es decir, de la capacidad para establecer una relación clara y adecuada entre la forma y el sentido del quehacer radiofónico adoptado.

Con esto quiero decir, primero, que ambas formas del quehacer radiofónico no sólo son viables, sino que de hecho pueden (y quizás deban) coexistir; segundo, que la predominancia de una u otra forma de radio depende más de las características estructurales del sistema político económico en el que se insertan -y consecuentemente de las relaciones entre Estado, iniciativa privada y sociedad civil- que de la supuesta superioridad de uno u otro modelo.

¿Realmente hay algo que distinga a la radio pública de la radio comercial más allá de la sola preferencia del público, o el origen de recursos con que una y otra cuentan? Podemos señalar que el carácter comercial se diferencia del carácter público no sólo por la lógica de operación de una y otra, sino porque en esa lógica subyace una orientación, es decir, un sentido de utilidad distinta. Entender esta distinción me parece clave para entender porque debe mantenerse vigente el proyecto de una radio pública, particularmente en el próximo milenio, al margen de problemas más bien secundarios, como el de su financiamiento o marco jurídico.

Ante todo la radio comercial se proyecta como una unidad económica rentable. Esto significa que busca no sólo ser autofinanciable, sino ante todo debe generar ganancias. En estricto sentido-y no pretendo con ello establecer una referencia peyorativa ni un juicio de valor- establece con el auditorio una relación de carácter clientelar: más que tratar de identificar sus necesidades o carencia reales, ya sea para hacerlas explícitas o para orientar en cuanto a cómo subsanarlas, lo percibe ante todo como consumidor indirecto de toda suerte de bienes y servicios, independientemente de la utilidad social de estos. Así, la radio comercial tiende a operar y transformarse de acuerdo a la demanda inmediata de los consumidores, de tal suerte que una estación que, por ejemplo, era tradicionalmente de rock o de programas de servicios puede pasar, de la noche a la mañana, a convertirse en una estación de música tropical o grupera.

No hay formalmente, ni constancia ni continuidad de proyecto precisamente porque no hay proyecto: Lo que hay son espacios de venta para ganar la mayor predominancia posible de mercado, el cual es tan volátil y cambiante como las modas. Insisto: no trato de hacer ningún juicio. Simplemente de señalar lo que me parece que es la característica fundamental que anima este tipo de estaciones que, por otra parte, también pueden ser vistas como indicadores de la salud y la extensión del mercado interno de una sociedad.

A su vez, es posible definir la radio pública como un espacio destinado tanto a la reproducción de una parte del discurso social como a su sistematización y conservación, procurando yuxtaponer a las disposiciones convencionales que genera el mercado una serie más amplia de contenidos y formas de expresión, aún cuando éstas no sean comercialmente redituables ni estén de moda. Se trata, entonces, de un modelo radiofónico extensivo del quehacer de una institución, grupo u organismo (la SEP, la UNAM, el Gobierno Federal, una comunidad indígena, un municipio, etc.) y receptivo de las demandas, inquietudes e intereses vitales o emocionales de diversas capas de la población, las que no necesariamente se reflejan en términos de raiting, en buena medida por su condición marginal o su desdén a ser objetos de encuestas.

En ese sentido, se trata de una radio que parte de una forma más amplia de la expresión -cultural, educativa, étnica o comunitaria- con la que trata de ser consistente y a partir de la cual se establece un principio de constancia. La programación de una emisora comercial necesariamente debe adecuarse en tiempo - y no pocas veces en forma- al número de impactos acordados para la transmisión de un anuncio. Por contra, la radio pública tiene una mayor libertad para diseñar su programación con base en características intrínsecas del tema o asunto a tratar (por ejemplo, una sinfonía, una ópera, la lectura de una serie de poemas, etc.) permitiendo al escucha un seguimiento ininterrumpido del tema específico y de la programación general, sin elementos ajenos a ésta.

Para bien o para mal, esto le permite a la radio pública establecer una relación significativa con el auditorio: más que un consumidor en potencia o un cliente, se trata del beneficiario (en el peor de los casos, del usuario) de una serie de contenidos que le son útiles o, cuando menos, que enriquecen y expanden su concepción del arte, del lenguaje y de la política, ampliando más que su intelecto o erudición, su sensibilidad (bien decía Stendahl que lo importante de viajar no era acumular conocimientos y datos, sino educar el ojo). Así, la radio pública aspira a presentar precisamente aquello que la radio comercial deja de lado, o bien llegar a públicos particulares, respetando su identidad y sus tradiciones, a los que la radio comercial sólo puede considerar como parte de un gran mercado, independientemente de sus disposiciones culturales, étnicas y lingüísticas.

Ahora bien, en una sociedad moderna, es decir, en una sociedad diversificada y compleja (al punto que las encuestas de público muestran precisamente una tendencia a la fragmentación del auditorio, de tal suerte que ninguna estación de radio, o partido político, puede arrogarse la preferencia definitiva de escuchas o votantes), en realidad ambas concepciones no sólo resultan deseables, sino también complementarias. Aun cuando ambas formas de hacer radio operan con la misma mecánica, su sentido y proyección sociales le son distintos.

El concepto de radio como una biblioteca de voces.

Me gustaría plantear una analogía con otra área, a un tiempo comercial y cultural, para entender este punto con mayor claridad. En una sociedad moderna existen esencialmente dos formas de tener acceso a los libros: a través de su compra directa en librerías, o a través de su consulta en bibliotecas. Creo que la diferencia entre unas y otras es más o menos clara y sus funciones específicas están socialmente definidas y aceptadas.

En mayor o menor medida, toda librería es una empresa comercial que persigue el objetivo de vender libros, sean éstos del tipo que sean. Ciertamente algunas librerías se especializan en libros de texto, otras en libros de segunda mano y unas más en libros raros. Algunas son más exitosas que otras, pero esencialmente todas buscan obtener las suficientes ganancias a través de la venta de libros para seguir en el mercado.

Las bibliotecas, en cambio, salvo muy contadas excepciones, son espacios públicos donde se pueden consultar todo tipo de libros, ya sea porque el usuario carece de medio s para adquirir el material o porque tan solo le interesa consultarlo temporalmente. Hay desde luego bibliotecas privadas, o que solo pueden ser consultadas por los integrantes de alguna institución, pero esencialmente las bibliotecas son públicas. Como las librerías, también trabajan con libros; sin embargo, su función no radica en comercializar el material. Las bibliotecas adquieren un acervo, normalmente a través de subsidios estatales, para brindar un servicio en beneficio de una comunidad, fomentar el hábito de la lectura y apoyar a quienes carecen de recursos para que puedan tener acceso a los instrumentos fundamentales del aprendizaje.

Pero no sólo eso. Los acervos de las bibliotecas también son objeto de sistematización e investigación, a fin de constituirlo en un bien patrimonial. En ellas se lleva a cabo una labor cultural de suma importancia, que permite mantenerlas actualizadas y ofrecer de la mejor manera desde los servicios más simples, hasta el apoyo para las consultas más especializadas.

Creo que, en esencia, podemos calibrar la diferencia entre el sentido de la radio comercial y el de la radio pública si los analogizamos con el de las librerías y el de las bibliotecas. La radio comercial es muy parecida a una librería: se ocupa en vender espacios para ofrecer una programación que, al margen de cualquier opinión, tiene un mercado o busca establecerlo. Si ha de competir ventajosamente, tiene que mantenerse al día en materia de novedades, o bien asegurar un nicho específico de público que sigue gustando de cierta música, de cierta forma de presentar los programas, etc.

A su vez, la radio pública tiene una mayor semejanza con las bibliotecas precisamente públicas; su relación con el espacio electromagnético no es para ganar mercado, para acaparar audiencias. Se trata, más bien, de una forma de servicio público por el cual se hace accesible, a quien quiera escucharla, una programación sustentada no en la premura de la venta novedosa, sino del contenido clarificador y significativo, la orientación fundamentada y especializada de temas de relevancia para todos, o bien de la divulgación del conocimiento y de las conexiones entre las diferentes formas de la cultura, llámese ésta popular, étnica, clásica o vanguardista.

Como en el caso de las bibliotecas, tal vez no siempre haya mucha gente que oiga la radio pública, pero quienes sí lo hacen podrían tener ahí su primer encuentro, por ejemplo, con la poesía de Sabines, la música de Bartok, el origen del son y el huapango, o bien comenzar a introducirse en los conceptos fundamentales de las ciencias y las humanidades. Más que aspectos o estilos de moda, más que escándalos jugosos u ocurrencias simpáticas, el discurso de la radio pública suele tener un carácter fundamentado; tal vez los temas que toca no están presentes en el candelero del momento (la muerte de la princesa Diana o el asesinato de Versace), pero sí aspiran a ser de relevancia social y a ser tratados en profundidad: la violencia, el homosexualismo, la discriminación racial, la crisis de sistemas políticos, etc.

A diferencia del acervo de una librería, que normalmente sólo trabaja los títulos que tienen una demanda inmediata en el mercado, el menú de la radio pública, como el acervo de una biblioteca, es infinitamente más surtido y mejor balanceado, ya que los límites que se impone no son los del mercado, sino los de la imaginación, de la historia y de la realidad; como en las bibliotecas, la radio pública construye una suerte de memoria auditiva a partir del valor real de los materiales, escapando a la lógica del "úsese unos meses y cámbiese por el que sigue". Más aún: una parte de las radios públicas lleva a cabo un trabajo sostenido de investigación, catalogación y restauración de material cuyo valor, al no estar determinado por la urgencia del mercado, se incremente como parte misma del discurso de nuestra historia.

Vista desde esta perspectiva, la radio pública, con las bibliotecas, la cinética nacional o el archivo general, es parte de un sistema de conservación y recuperación de nuestra imagen, de nuestro decir y pensar. No es otra la esencia de un proyecto cultural cuya amplitud lo convierte necesariamente, en una tarea de Estado, es decir, de un proyecto nacional que incluye a la cultura como parte sustantiva del desarrollo y del entendimiento. La preservación y difusión de aquéllos equivale a la preservación y difusión de una parte importante de nuestra identidad, haciendo presente el hecho de que, además de las máscaras que continuamente imponen la moda y el mercado, también tenemos un rostro.

Coexistencia y pluralidad; la radio pública en la sociedad moderna.

Siguiendo con la misma analogía, queda claro que una sociedad moderna son tan deseables como indispensable lo mismo las librerías que las bibliotecas. De manera distinta, como ya lo hemos apuntado, ambas cumplen una función social básica, ya sea desde una perspectiva esencialmente económica o desde una perspectiva esencialmente cultural. ¿Quién podría cuestionar la proliferación y expansión de librerías? Esto sería, es signo no solo de una industria editorial sana, sino de un hábito de lectura socialmente extendido. ¿Quién podría cuestionar la proliferación y expansión de bibliotecas públicas? Esto sería signo no sólo de la extensión social del hábito de lectura, sino de la atención que el Estado presta a esta demanda.

De igual forma, podemos decir que el verdadero florecimiento de una radio comercial supone no sólo una economía que va por buen camino y que goza de un mercado interno lo suficientemente sólido para que las diferentes empresas inviertan parte de sus ganancias en publicidad, sino también un sistema político y, en general, un Estado genuinamente democrático, tolerante de la pluralidad y de la existencia de múltiples espacios de expresión. Aunque por otros motivos, esas condiciones son las mismas que permitirían y, en buena medida, supondrían el florecimiento y desarrollo de una radio pública. Justamente en eso radica el proyecto cultural de una sociedad: en la capacidad que la sociedad misma desarrolla, a través del Estado, para articular toda una gama de servicios y beneficios tendientes a favorecer a todos los posibles integrantes de esa sociedad y no solamente a facilitar una gestión financiera-administrativa.

No es gratuito el extraordinario desarrollo de las radios públicas alas que hice mención anteriormente. Tanto Inglaterra como Francia, Holanda y Alemania constituyen sociedades que, desde mediados de los años 20 y sobre todo después de la segunda guerra mundial, han seguido un modelo de desarrollo de tipo capitalista pero orientado al beneficio social, es decir, han generado un proyecto de nación que si bien respeta y alienta a la iniciativa privada, cuenta con una serie de instituciones públicas que procuran hacer accesible a las mayorías los beneficios de la educación, la salud, la vivienda y de la cultura. Su infraestructura económica y su población hacen que estos objetivos sean viables.

Por contra, en los países que aún no alcanzan un equilibrio entre la generación de la riqueza y la distribución de ésta en términos de un amplio sistema de beneficios sociales, las instituciones de servicio público y apoyo colectivo, como la radio pública, carecen de presencia y su alcance está claramente limitado por razones tanto económicas- i.e, la capacidad de destinar un presupuesto adecuado a proyectos culturales- como culturales, es decir, la escasa disposición colectiva hacia el consumo de bienes y beneficios. Existe, pues, una correlación entre el grado de desarrollo económico y político y la disposición colectiva hacia los bienes y beneficios de la cultura.

Ahora, si bien la inexistencia de un amplio mercado de lectores en los países económicamente menos favorecidos ayuda a explicar porqué no debe florecer una industria editorial privada, en modo alguno podría justificar el que el Estado abandonara una política editorial destinada, precisamente, a corregir esa insuficiencia cultural. Otro tanto ocurre con la existencia de la radio pública en países o sociedades donde, aparentemente, ésta carece de un público semejante o comparable con el de las radios comerciales.

Desde mi perspectiva más que discutir sobre la viabilidad de la radio pública a partir de su capacidad para reconvertirse en una unidad económica rentable, lo importante es hacer énfasis en el sentido que la radio pública tiene como parte de un proceso de cohesión nacional que genuinamente busque atender la pluralidad social. En la medida en que cuente con un sustento jurídico y económico, la radio pública ha demostrado su capacidad y versatilidad para ofrecer alternativas de gozo, entretenimiento, aprendizaje y entendimiento.

El reto que la radio pública enfrenta para el próximo milenio no sólo consiste en tanto en buscar alternativas viables de autofinanciamiento, cuanto que éstas no supongan traicionar la pluralidad, amplitud y continuidad de programación que la caracteriza y le da sentido a su especificidad. Mostrarle al auditorio y, al tiempo, darle al auditorio la posibilidad de establecer no una relación clientelar o de ocasión con el medio, sino una esencialmente significativa y trascendente que le permita transitar por los caminos de la imaginación, la inteligencia y lo novedoso.

El que en muchos países asiáticos y latinoamericanos la radio pública goce de audiencia muy por debajo de la que tienen las radios comerciales (lo que no ocurre en la mayor parte de los países europeos), nos revela más sobre las insuficiencias educativas y del grado de consumo cultural en estos países, que de las bondades de la radio comercial o los defectos de la radio pública. Pero de la misma manera en que ningún país podría poner en tela de juicio la pertinencia de establecer o de mantener, por ejemplo, un sistema de bibliotecas públicas, independientemente de que éstas estén abarrotadas, tampoco me parece viable que pongamos en tela de juicio, sobre todo en países como México, la pertinencia de un amplio proyecto de radio pública, entendida ésta no como competidora de la radio comercial, ni siquiera como una alternativa a ésta (que lo es), sino como uno de los eslabones más dinámicos y económicos del proyecto cultural que todo país se debe a sí mismo.

Si una radio comercial, sólida y plural, es sinónimo de crecimiento, una radio pública independiente del gobierno pero integrada a un proyecto de Estado, verdaderamente social, podría ser sinónimo de genuino desarrollo.

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Universidad Autónoma de Yucatán
Mérida, Yucatán, México, 1997

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